Concha Blanco,ganadera y campesina en Casa Bértolo – Castro, Carballedo, Lugo

Concha se identifica como una mujer con un “profesión inventada sin solución de continuidad” en el ámbito agrario. Su trabajo principal consiste en cuidar animales, señala, lo que hoy se llama ser “ganadera”, pero entiende que agricultura y ganadería son inseparables: “las vacas dependen de los prados, y los prados necesitan de las vacas para mantenerse”, dice, formando un círculo tierras y animales que incluye también los caminos “que se pierden si no se recorren”. Ella es la dueña de 100 vacas y de 100 hectáreas de tierra a partir de los que produce quesos.

Para Concha, su tierra representa algo más que un medio de subsistencia; es un lugar del que intentaron expulsarla, como a toda su generación, enviándola lejos para ser formada, con la intención de que no volviera. Sin embargo, regresó concienciada por la falta de recursos y oportunidades de su lugar de origen, en contraste con el exceso de eventos y oferta cultural de otros lugares. Concha cree firmemente que es crucial crear iniciativas empresariales para satisfacer las necesidades allí donde surgen, no en lugares donde hay que crearlas. Este enfoque no es sólo práctico, sino que está profundamente ligado al cuidado y al papel femenino, conceptos que defiende y critica al mismo tiempo desde su propia experiencia.

Rechazando la acusación de que su visión del rural y la producción ecológica implica una regresión a las “cavernas”, como a veces escucha, Concha habla del pasado como un peldaño que sirve para coger impulso hacia el futuro, no como un lugar para quedarse o repetir. A pesar de las adversidades, su conexión con la tierra y el entorno es inquebrantable, y describe su alma como “pegada a la tierra negra y gorda, cargada de rocío”. Su felicidad reside en estar en su entorno, abrazar el presente y construir el futuro a partir de ahí.

Concha también reflexiona sobre las mujeres de su familia con las que se crió, muy fuertes pero, que, a diferencia de los hombres, tenían que remendar sus ropas, mientras que los hombres recibían todo nuevo. Esta desigualdad, aunque común, nunca fue aceptable para ella. Habla de las mujeres como el pilar del hogar rural, diciendo que cuando una mujer muere, muchas granjas cierran porque no queda nadie para gestionar las tareas esenciales. Es una señal de la carga que soportan las mujeres, una carga que, según ella, no debería idealizarse como un sacrificio natural.

También critica la tendencia de las mujeres a autoexplotarse, un fenómeno que considera normalizado en su comunidad. Subraya el hecho de que muchas mujeres trabajan muchas horas, no sólo para cumplir con sus responsabilidades profesionales, sino también con las familiares y domésticas. Para Concha, esta situación no es sostenible; aboga por facilitar el relevo generacional, fomentar la improvisación y la autonomía de las nuevas generaciones, porque el futuro depende de su capacidad de adaptación al cambio.

Por último, Concha llama la atención sobre la hipocresía que observa en las decisiones técnicas y políticas, especialmente en el ámbito ecológico. Durante una reunión en Santiago, argumentó que la producción ecológica es algo más que alimentos: implica la conservación de paisajes, el cuidado de territorios y conservando saberes tradicionales a modo de laboratorios. Sin embargo, lamenta que estos valores estén siendo desplazados por intereses económicos que promueven las macrogranjas,  grandes iniciativas empresariales y los monocultivos masivos. Para ella, es fundamental escuchar a quienes trabajan y viven en el campo, es necesario dar voz a quienes construyen el presente y el futuro desde su realidad cotidiana y no asumir de manera acrítica las directrices dadas desde el saber técnico.

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