Carmen Sánchez, empresa de algas Galuriña – Esteiro, Muros, A Coruña

En su empresa Galuriña, Carmen puso en marcha un negocio basado en la recolección y procesado de algas. Un recurso que al principio le era desconocido pero que, tras años de esfuerzo y formación, se ha convertido en el pilar de su actividad. “Me quedé alucinada cuando oí hablar de estas plantas y del potencial que teníamos aquí, tan desconocido y valioso”, recuerda.

El camino hacia el éxito no fue fácil. Carmen dejó atrás su carrera en el sector textil en 2012 y decidió empezar de cero en un área completamente nueva. Las dificultades económicas y burocráticas marcaron sus primeros años como trabajadora independiente. “Los primeros años fueron durísimos, pasé por muchos altibajos, pero siempre tuve claro que quería vivir en el rural y criar a mis hijas en este entorno”, explica. Innovar en proyectos como el suyo supone chocar contra una administración que no entiende su valor y asumir renuncias impuestas por pasar épocas sin ingresos económicos si no combinas este tiempo necesario de despegue del proyecto con otra ocupación o no cuentas con la ayuda de parejas o familiares.

Sin embargo, esta decisión también supuso enfrentarse a las desigualdades de género que aún persisten en las zonas rurales. Carmen subraya que las mujeres siguen soportando una carga desproporcionada de responsabilidades domésticas y familiares, incluso cuando desarrollan proyectos empresariales. Aunque sus hijas ya son independientes, admite que la conexión con el hogar nunca desaparece del todo: “Las mujeres no estamos para cuidar, estamos para compartir en igualdad de condiciones, pero ese concepto de responsabilidad nos lo han inculcado desde pequeñas y tenemos que romper con él”, afirma.

Con los años, Carmen ha aprendido a delegar y a dejar de asumir tareas que no eran de su exclusiva responsabilidad. Reflexiona sobre el impacto de este cambio en su vida personal y profesional. “Un día me pregunté qué estaba haciendo y decidí dejarlo ir. Poco a poco, otros asumieron sus responsabilidades. A menudo somos nosotras mismas quienes perpetuamos esta carga”, afirma. Este proceso, dice, es esencial para que las mujeres avancen y se centren en sus propios objetivos.

El enfoque que Carmen da a su negocio refleja también su compromiso con la sostenibilidad y la comunidad local. Para ella, el crecimiento no se mide sólo por las ventas, sino por el impacto positivo que puede tener en el medio ambiente y en las personas que viven en él. “Más allá de los productos, hay una vida que tenemos que cuidar. El agua es una despensa, si no lo hacemos ahora, desaparecerá más rápido de lo que pensamos”, advierte. Esta perspectiva incluye también un llamamiento a la acción colectiva: fomentar las reuniones vecinales y exigir transparencia en las decisiones que afectan al territorio.

Como mujer rural, Carmen reconoce la necesidad de superar las barreras estructurales y culturales a las que se enfrentan las mujeres en las pequeñas comunidades. “No podemos aceptar decisiones tomadas por quienes no conocen nuestra realidad”, afirma con determinación. Aboga por un modelo de liderazgo más integrador en el que se escuchen y valoren las voces locales, especialmente las de las mujeres.

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