Fernanda Mateus, agricultora agroecológica y miembro de la asociación BioEco – Rabaças, Oleiros, Castelo Branco

Fernanda, hija de emigrantes, nació en Francia y sólo tuvo contacto con la agricultura cuando se trasladó a Portugal a los siete años para vivir con sus abuelos. Criada en un pueblo donde su abuela era agricultora, recuerda que tuvo la oportunidad de observar “todo el trabajo agrícola, todavía con muchos conocimientos ancestrales. Y, poco a poco, me enamoré de las plantas y los animales, me enamoré de esta vida de campo, de esta vida rural”.

Tras estudiar en la ciudad de Castelo Branco, su pasión por la agricultura la llevó a optar por una licenciatura en agronomía. Trabajó varios años asesorando técnicamente a agricultores, centrándose en la producción integrada y más tarde en la agricultura ecológica, hasta que decidió cambiar completamente de vida y convertirse en agricultora cerca de los 50 años. Dejó la costa para recuperar las tierras de su familia en el interior, concretamente en la aldea de Rabaças, en el municipio de Oleiros, entre montañas.

Primero se fue a vivir a las afueras de Castelo Branco, donde vive su familia, y fue allí donde empezó a cultivar un pequeño huerto. Sin embargo, su verdadero sueño era trasladarse al pueblo. Desbrozó el terreno, plantó árboles y restauró la casa existente, afrontando retos como el gran incendio de 2020, que devastó parte de la propiedad. Hoy cultiva una gran variedad de hortalizas, tiene árboles frutales y un olivar tradicional, todo ello en pequeñas parcelas y en terreno montañoso. Se decanta por variedades robustas y locales.

A lo largo de los años, ha ido estudiando los distintos aspectos de la agricultura sostenible, como la ecológica, la biodinámica, la permacultura, la agricultura natural y, más recientemente, la sintrópica. Sin embargo, nunca se ha adscrito a ninguna de ellas en particular. Para Fernanda, la agricultura sostenible es “una agricultura que respeta la tierra, respeta a los animales, respeta el medio ambiente y, sobre todo, respeta a las personas”. También es partidaria de recuperar los conocimientos ancestrales y las variedades locales, pero lamenta que “desgraciadamente, este es otro tema que me entristece mucho, porque se han perdido muchas variedades de plantas de aquí, porque han llegado nuevas semillas más productivas y las hemos perdido.”

En cuanto a la diferencia entre la agricultura convencional y la sostenible, Fernanda destaca que la primera es más rápida y requiere menos conocimientos, mientras que la sostenible exige buscar el equilibrio, por ejemplo entre las plagas y los depredadores naturales. “Respetar la naturaleza es fundamental”, afirma. Para Fernanda, la agricultura sostenible es una forma de amor a la tierra, a las plantas, a sus antepasados e incluso a los consumidores, porque “cuando cultivo con calidad, me estoy respetando a mí misma, al medio ambiente y a los que van a comer”.

Fernanda cree que el trabajo agrícola “es difícil, pero para mí es totalmente apasionante”. Lamenta la falta de aprecio por el trabajo de los pequeños agricultores y los alimentos de calidad. “Mientras exista esta mentalidad centrada en la cantidad y en un producto sin imperfecciones de apariencia, la agricultura sostenible nunca será realmente valorada”, afirma, argumentando que es la agricultura a pequeña escala la que realmente alimenta al mundo.

Nunca ha tenido prejuicios como mujer, ni como técnica ni como agricultora. Destaca el espíritu de ayuda mutua que ha encontrado tanto en la ciudad como en el pueblo, donde los vecinos siempre están dispuestos a ayudar y compartir conocimientos. Reconoce que algunos trabajos requieren fuerza física, lo que puede suponer un reto para las mujeres.

Fernanda cree que muchos de los conocimientos agrícolas y saberes tradicionales han caído en el olvido, sobre todo desde las grandes migraciones de los años 60. “En los pueblos, eran sobre todo las mujeres las que trabajaban en el campo”, dice, y añade que muchas de ellas poseían no sólo conocimientos agrícolas, sino también curativos, como su abuela, que “era la comadrona y curandera del pueblo”. Sin embargo, lamenta que estos conocimientos se hayan perdido con el paso del tiempo, argumentando que “nuestra cultura no es la cultura de la ciudad, del gran centro”, sino la cultura rural, que ahora corre peligro de desaparecer.

En cuanto a la agroecología y la agricultura sostenible, Fernanda ve una mayor conexión entre las mujeres y este tipo de prácticas, explicando que “este tipo de agricultura es más emocional, es más sensible y es un trabajo más paciente al que a veces las mujeres, por su historia, acaban teniendo más apego; y como los hombres siempre tienen más oportunidades de trabajar fuera, las mujeres no tienen tantas oportunidades. Hablamos de lugares donde no hay tantos puestos de trabajo disponibles, por lo que es mucho más fácil para los hombres hacer algo y no para las mujeres. A las mujeres a menudo no les resulta tan fácil trabajar fuera de casa y por eso se dedican un poco más al pequeño patio trasero que tienen y a menudo van a buscar estos conocimientos más ancestrales”.

Su participación en Bioeco, una asociación dedicada a la agroecología y la agricultura ecológica, le ha permitido no sólo vender sus productos a través de los mercados de productores, sino también dar a conocer y valorar este tipo de agricultura. “La asociación es capaz de tener una voz amplia, una mayor voz de publicidad”, afirma. Bioeco también presta apoyo financiero a sus miembros para la certificación. Hace unos años, la asociación intentó comercializar los productos de sus miembros con un sistema de cestas o entrega en tiendas, pero “no tuvo recorrido porque estamos hablando de una asociación basada en el voluntariado”. sostiene que avanzar en el suministro local a comedores escolares u hospitales con alimentos sanos procedentes de la agricultura a pequeña escala requiere financiación y mano de obra remunerada para poder agrupar a los pequeños productores y ganar volumen de productos.

Critica la política agrícola, cuestionando la necesidad de pagar por la certificación de sus productos, mientras que la agricultura convencional no se enfrenta a este control. “Yo necesito pagar a una certificadora para que certifique mi producto de calidad y un agricultor que aplica productos químicos indiscriminadamente, porque no están controlados, puede vender sin ningún control o sin ninguna certificación. No le encuentro ninguna lógica”, afirma.

En su opinión, las subvenciones favorecen a los grandes productores, ignorando la agricultura a pequeña escala y las diferencias entre tipos de agricultura, como la agricultura de montaña donde es dificil la mecanización. “Estamos hablando de zonas que deberían valorarse de otra manera y valorar también a quienes cogen tierras viejas y las devuelven a la vida”, concluye.

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