
Maite Aristegi, campesina, abogada, exsecretaria general del sindicato agrario EHNE (1997-2002), diputada en el congreso español como representante de la izquierda soberanista vasca (2011-2015) – Bergara, Gipuzkoa
Maite nació y creció en el caserío Lamaño Etxeberri, donde desde muy pequeña ayudaba en las tareas agrícolas, vendía leche y verduras con su madre, y aprendió el valor del trabajo bien hecho, el cuidado de la tierra y la relación directa con los clientes. Aunque quería estudiar Enfermería, siendo la única hija entre cinco hermanos, sus padres la alentaron a quedarse y finalmente pudo estudiar Derecho. Al terminar, fue a trabajar muy joven como abogada en el sindicato agrario EHNE, lo cual supuso el salto del caserío al sindicalismo agrario. Se enfrentó a un entorno muy masculino y a un modelo agrícola en transformación, que empujaba hacia la producción intensiva, dejando atrás la escala humana del caserío tradicional y donde “la producción de leche era la reina y todo lo demás se quedaba un poco atrás.”
Recuerda cómo, durante años, la participación de las mujeres en el mundo agrario fue limitada y secundaria: “Era un mundo de hombres”, explica, donde ellas acudían a consultar dudas pero rara vez participaban en las decisiones. Muchas veces no tenían acceso a derechos como la Seguridad Social, a pesar de trabajar tanto como los hombres en los caseríos. “Era una ley hecha con un machismo total”, denuncia, y señala que el modelo agrario intensivo reforzó esa exclusión. A medida que las explotaciones se mecanizaban y se especializaban, las mujeres quedaron relegadas a tareas menos visibles, mientras cargaban además con los cuidados familiares. Frente a un sistema que premiaba la producción masiva y desvalorizaba el trabajo diverso, muchas mujeres se sentían “sin tiempo, sin voz y sin reconocimiento”.
Con el tiempo, sin embargo, las mujeres comenzaron a organizarse, a formarse y a recuperar su voz. “Nosotras empezamos a reunirnos para verbalizar nuestros problemas y buscar respuestas”, relata Maite. El contacto con otras experiencias europeas y la exploración de modelos basados en la venta directa o la transformación artesanal de productos mostraron que otro camino era posible. “No hace falta tanto”, decían al ver que un modelo más pequeño y diversificado podía ser viable, sostenible y más satisfactorio. Aunque muchas veces enfrentaron obstáculos burocráticos y culturales, su visión ha ido ganando espacio, convencida de que el futuro del caserío pasa por una agricultura viva, cuidadosa y centrada en las personas.
Maite expone que las mujeres campesinas enfrentan barreras tanto estructurales como ideológicas. Por un lado, comparten con los hombres el reto de lograr un modelo agrario digno y viable que garantice calidad de vida dentro del marco de la soberanía alimentaria. Sin embargo, a esto se suman obstáculos específicos que afectan a las mujeres, como la desigualdad en el acceso a derechos laborales, bajas maternales o seguridad social. “Muchas veces las mayores dificultades son las económicas”, afirma, y señala cómo la mujer es frecuentemente la que queda fuera del sistema por falta de recursos o por decisiones ideológicas. Además, subraya la importancia de políticas públicas que permitan repartir los cuidados y avanzar en igualdad, ya que “hoy para instalarse en el caserío necesitamos políticas públicas que permitan agilizar algunos trabajos”.
Aunque celebra avances como el Estatuto de las Mujeres Agricultoras (aprobado en el Parlamento Vasco por unanimidad en 2015), Maite critica que muchas veces estos logros se queden en lo simbólico. “Tiene que ser económicamente viable. Si no, todo lo demás es inútil”, afirma. También denuncia que las políticas como la PAC no abordan las raíces del problema, perpetuando un modelo agroindustrial que deja fuera a las mujeres. Para ella, el cambio de modelo es clave: “En la agricultura «lógica» estarán las mujeres”. Reclama más apoyo para iniciativas agroecológicas y proyectos liderados por mujeres, y menos trabas burocráticas. “El feminismo nos ha empoderado mucho también… juntas podemos. Y no podemos quedarnos calladas”, concluye.