
Malu Egiluz, ganadera con venta directa y restaurante con productos de la familia, implicada en la Red Artea (un espacio en el municipio rural de Artea para acoger a las personas migrantes) y miembro del sindicato agrario EHNE-Bizkaia – Areatza, Bizkaia
Malu relata con emoción su infancia en el caserío, marcada por una vida comunitaria profundamente conectada con la tierra. Fue “una época mágica”, dice, en la que el ritmo de vida lo marcaban las estaciones y el trabajo rural compartido. Sin embargo, este mundo empezó a desaparecer cuando la modernización y las infraestructuras desplazaron a las comunidades rurales: “Se derrumbó el barrio, se tiraron las casas de allí… y la casa de mis abuelos fue la única que quedó en pie”.
Consciente de esta pérdida, decidieron emprender un proceso de recuperación del mundo rural desde lo que tenían: “Nuestras vacas, que estaban en el campo y se iban a los pastos del Gorbea”. A partir de ahí reconstruyeron espacios tradicionales como la carbonera y abrieron una pequeña tienda-bar-carnicería, recuperando también recetas y productos locales. Más adelante, integraron la agricultura en un proyecto social vinculado a la acogida de personas migrantes: “si alguien quería trabajar aquí y seguir con la tierra, tenía con nosotros una oportunidad para salir adelante”. Aunque reconoce que no todos los migrantes desean volver a trabajar la tierra, valora el proceso como una forma de “darle otro sentido a la vida”.
Al enfrentarse a las dificultades del retorno rural, Malu encontró en el sindicato EHNE un espacio de apoyo y resistencia. Ya desde niña recordaba las luchas campesinas: “Recuerdo ordeñar las vacas y luego echar la leche”, en las protestas contra los precios impuestos por las centrales. Más tarde, al volver al caserío, el mundo rural le pareció “bastante muerto”, y fue el sindicato el que le ofreció comunidad y formación, especialmente a través de las mujeres. La sindicalización también le permitió tomar conciencia de la dimensión global de los problemas rurales: “la producción de grandes extensiones, monocultivos de soja, eucaliptos… y cómo los campesinos pierden la tierra”. Para Malu, las luchas campesinas son también luchas sociales: “si nosotros no producimos, hemos visto en qué grado podemos depender” de un sistema alimentario globalizado y desconectado de la tierra.
Malu destaca el papel central que han tenido las mujeres en las luchas campesinas, tanto en su entorno local como en espacios internacionales como La Vía Campesina. Desde su experiencia, afirma que “las mujeres son el motor; desde el feminismo y el conocimiento práctico”, apostando por “ese modelo pequeño, agroecológico, no desde esas grandes extensiones”. Contrapone este modelo con las políticas que históricamente han favorecido la industrialización agrícola, que, según ella, “no les llevó a buen sitio”, especialmente a los pequeños campesinos del País Vasco.
Aunque reconoce avances como la inclusión femenina en el sindicato y la aprobación del Estatuto de las Mujeres Agricultoras, Malu es crítica con el alcance real de estas medidas. Señala que “la mujer campesina siempre ha estado a la sombra” y que, aunque ahora exista una “visión de género en el sindicato”, aún “hay muchas cosas que limar”. Además, denuncia que las políticas agrarias como la PAC han estado diseñadas “para los grandes, no para los pequeños”, dejando fuera a quienes cultivan en pequeñas extensiones, como muchas mujeres agricultoras.
Para Malu, ser mujer y campesina implica resistir múltiples dificultades: “Es difícil ser mujer y campesina”, afirma, especialmente cuando el acceso a la tierra es limitado y costoso. También critica el modelo de consumo dominante: “Los mayores atentados de este sistema son los supermercados”, donde “no diría que hay alimentos, detrás de eso hay otro comercio”. Frente a esta lógica, reivindica una agricultura que garantice “seguridad alimentaria” y una alimentación sana y local.
Por último, reflexiona sobre la pérdida del “tiempo campesino”, ese ritmo de vida más pausado y conectado con el entorno. Lamenta que el sistema actual “nos ha robado el tiempo” y denuncia que “siempre estamos llenando el tiempo” en lugar de vivirlo plenamente. Frente a la desconexión generacional, insiste en la necesidad de recuperar el conocimiento ancestral y de fomentar políticas locales que apuesten por una agricultura viva y sostenible: “Tenemos que volver a crear… nuestros espacios no estaban llenos de pinos”. A pesar de los obstáculos, Malu mantiene la esperanza en que “no vamos a desaparecer como se ha pretendido”.