Rosa Dias nunca soñó ni estudió para ser agricultora, pero tenía una profunda conexión familiar y emocional con la tierra. Su padre, agricultor ecológico durante más de 30 años, se enfrentó a dificultades: al principio porque “el mercado de la agricultura ecológica era insuficiente”, y después por la competencia desleal de los higos secos de Turquía y las almendras estadounidenses, favorecidas por los acuerdos bilaterales de la Unión Europea en la década de 2000.

A finales de 2008, al comienzo de la crisis económica, Rosa decidió asumir el reto de preservar el “patrimonio familiar transmitido de generación en generación” desde el terremoto de 1755. Se negó a ceder a los embargos bancarios o a convertir la finca “en un complejo turístico, un campo de golf, un huerto de cítricos, una plantación de aguacates o invernaderos de frambuesas”, soluciones habituales en el Algarve. Para ella, estas opciones eran impensables.

Como madre joven y recién licenciada, decidió establecerse como agricultora, aprovechando “las últimas ayudas para jóvenes agricultores que no exigían inversión agrícola”. También asistió a un Programa de Emprendimiento Femenino, promovido por la Comisión para la Igualdad de Género, que ella describe como “estructuralmente bien hecho” y que incluía asesoramiento y un premio si conseguía mantener la empresa activa y en funcionamiento durante dos años.

Quinta da Fornalha, con más de 30 hectáreas, se divide en 9 hectáreas de algarrobos, 5 de pinos, 5 de higueras, 5 de naranjos, 2-3 de olivos y un lago. “Es una propiedad muy diversificada”, explica Rosa. Lleva 13 años exportando higos frescos, una de sus principales fuentes de ingresos agrícolas. Sin embargo, la diversificación era inevitable: desarrolló un restaurante, unidades de alojamiento para turismo rural y una unidad de procesamiento de alimentos, donde utiliza productos con menos valor comercial como materia prima. “Me di cuenta de que no podía depender exclusivamente de un único modelo de negocio”.

La preocupación ecológica la heredó de la familia. Rosa no tardó en darse cuenta de que la falta de cobertura del suelo agravaba la erosión, reducía la producción y comprometía la longevidad de los árboles. Desde entonces, ha trabajado para transformar la finca en un “bosque continuo”, donde las copas de los árboles dan sombra al suelo, favoreciendo la acumulación de materia orgánica, esencial para soportar el calor del verano.

Empezar como agricultora estuvo lleno de retos. En un sector dominado por los hombres, Rosa se sentía a menudo infravalorada, sobre todo porque tenía un aspecto alternativo. No disponía de transporte refrigerado, y aún le falta un muelle de carga para los higos frescos. A pesar de la adversidad, se mantuvo decidida. “Ser mujer me da una buena dosis de resiliencia para afrontar los retos con los recursos que tengo”. Sin embargo, no es raro encontrarse con visitantes que, al llegar, preguntan: “¿Dónde está el hombre?”.

Rosa cree que la diversificación es un reflejo de su visión como mujer. “En lugar de adoptar un enfoque puramente económico y funcional, veo el sistema como algo más complejo. Aunque algunas cosas no sean muy rentables por sí mismas, acaban impulsando otras áreas”. Según ella, esta capacidad de sacrificar el beneficio inmediato por una visión más amplia es más común en las mujeres.

Para Rosa, esta perspectiva está relacionada con el papel tradicional de la mujer en la gestión de las etapas interdependientes de la vida, el cuidado de bebés y ancianos. “Sabemos que todos nacemos indefensos y morimos indefensos. Sin una red de apoyo para estas frágiles fases, no existiríamos. Quizá por eso es más fácil trasladar esta visión a la agroecología”. Esta constatación también puede explicar por qué hay tantas mujeres trabajando en este campo, comenta.

Rosa es una de las fundadoras de Al-Bio Associação Agroecológica, una organización mayoritariamente femenina que apoya a los pequeños agricultores en la comercialización de sus productos, ofrece formación y asistencia técnica en agroecología y, sobretodo, trabaja para crear “masa crítica” en términos asociativos con el fin de presionar a los responsables políticos. Este último objetivo cobró aún más importancia cuando se dieron cuenta de que el Ministerio de Agricultura y otros organismos públicos excluían a menudo a los pequeños agricultores ecológicos y agroecológicos de las medidas de apoyo de la Política Agrícola Común (PAC).

En las reuniones a las que asiste con organismos públicos para discutir políticas para el sector, Rosa, que a menudo es la única mujer presente, dice que con frecuencia hay actitudes de «mansplaining» y desvalorización de sus opiniones e ideas. Lo atribuye a prejuicios o a la incapacidad de entender a una agricultura hecha de cariño y amor y no exclusivamente desde una perspectiva extractivista y lucrativa.

En cuanto a la PAC, Rosa critica su aplicación en Portugal, por considerarla desvirtuada. “El Estado nos da la espalda a los pequeños agricultores”. Le chocó especialmente que el Ministerio de Agricultura incluyera la producción integrada en las ayudas a la agricultura ecológica, diluyendo el impacto de las políticas.

Rosa defiende varias medidas para mejorar la situación de la agricultura ecológica y agroecológica en Portugal:

  • Campañas de sensibilización para desmontar las ideas preconcebidas sobre la agricultura ecológica.
  • Reactivación de los Centros Agrícolas, para apoyar la conversión a la agricultura ecológica y prestar asistencia técnica, por ejemplo en la lucha contra plagas y enfermedades.
  • Inversión en investigación aplicada, centrada en la ecología agrícola y en cultivos regionales como la higuera y el algarrobo, con transferencia de conocimientos a los agricultores.
  • Reducción de las subvenciones a la protección integrada, haciendo obligatorios los requisitos actualmente subvencionados.
  • Modulación de las ayudas a la agricultura ecológica, reconociendo diferentes niveles de agroecología dentro del sector.
  • Formación, tutoría y acompañamiento de las mujeres agricultoras.
  • Iniciativas municipales para facilitar el abastecimiento de los comedores públicos con productos locales, así como apoyo a la creación de centrales de compra locales.
  • Beneficios fiscales para los sistemas agrícolas más complejos, que requieren más mano de obra pero ofrecen mayores beneficios medioambientales y sociales.

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