Lorena Costas, productora de queso de cabra en el caserío Marintarrena – Otxandio, Bizkaia

Aunque no nació en el campo, Lorena Costas siempre sintió que lo llevaba dentro. Criada entre el pueblo de Otxandio y los fines de semana en el caserío de su familia, su amor por los animales nació pronto, casi como una obsesión natural. Desde pequeña, ya sentía esa conexión profunda con la tierra y los seres vivos que la habitan. “Creo que campesina se nace”, afirma convencida.

Su camino no fue lineal. Durante años compaginó trabajos en hostelería con sus estudios, sin encontrar del todo su lugar. Amante de los caballos, se formó como técnico ecuestre, trabajó en cuadras y hasta pensó en montar algo en ese sector. Pero pronto comprendió que los costes hacían inviable ese sueño. Tras convertirse en madre joven y asentarse en Otxandio con su pareja, encontró en un terreno asequible el inicio de algo nuevo: una pequeña ganadería de cabras.

Eligió un modelo de explotación manejable, semi-extensivo, ajustado al terreno y al clima. Hoy, con alrededor de 100 cabras, produce su propio queso y lo comercializa, en su mayoría, de manera directa. Ha sido un camino duro, exigente física y mentalmente, especialmente mientras criaba a sus dos hijas pequeñas. Ella misma se encargó del ordeño, la gestión, la financiación, la venta… Solo recientemente su marido se incorporó de lleno al proyecto, aunque ella sigue al volante.

Lorena nunca ha creído que el mundo rural sea solo de hombres. Dice que las mujeres siempre han estado presentes en todas las tareas, aunque invisibilizadas. Y ella misma es prueba de ello: firme, autónoma y con una memoria infalible para reconocer cada cabra de su rebaño. A veces ha recibido comentarios machistas, especialmente de hombres mayores, pero responde con seguridad y humor. En su entorno, al menos, la mujer tiene peso, voz y decisión.

Uno de los pilares de su proyecto ha sido la conexión con redes de productores locales. Participa en tiendas cooperativas como Etartea, en mercados rurales y plataformas online que facilitan el acceso a productos locales, como Iraunkor o BBK Azoka. Cree firmemente en acercar el producto al consumidor, sin depender de grandes cadenas. Para ella, los mercados tienen un valor insustituible, no solo comercial, sino también humano y comunitario.

También reconoce el legado de las mujeres que la precedieron, en especial su abuela, de quien aprendió, sin darse cuenta, cómo sembrar, cómo tratar a los animales y cómo llevar un caserío con orden y cariño. Hoy, ese saber vive en ella.

Aunque sus hijas aún no ven el atractivo de la vida rural, Lorena está segura de que algún día valorarán todo lo que han vivido. La libertad, la conexión con la naturaleza, la responsabilidad… todo eso deja huella.

Por último, lanza una crítica a las políticas públicas: siente que están hechas desde muy lejos, por gente que no entiende la realidad del caserío. Cada vez hay más trabas burocráticas y menos apoyo real. Emprender en el campo, dice, da miedo. Y más si eres mujer, con la carga mental y familiar que eso implica. Pero también cree que hay futuro, sobre todo si se apuesta por modelos sostenibles, pequeños y humanos.

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