
Puy Arrieta, pastora de ovejas, quesería Ipiñaburu, vice-presidenta de la Asociación de Ganaderos de Zeanuri – Zeanuri, Bizkaia
Puy es una mujer dedicada a la elaboración artesanal de queso, cuya actividad familiar gira en torno a la venta directa desde su propio caserío. Estudió Trabajo Social y trabajó en otros sectores, pero la llamada del caserío fue más fuerte. Con 24 años decidió quedarse, justo cuando la crisis de las “vacas locas” y el cambio en los hábitos de consumo hicieron tambalear el modelo familiar, realizando una apuesta a favor de la raza autóctona de oveja (latxa) y la elaboración artesanal de queso.
El queso no solo representa su sustento económico, sino también una forma de vida arraigada en el territorio, en la que el contacto directo con las y los clientes ha generado vínculos de confianza y cercanía. Aunque comercializa algo en pequeñas tiendas de la comarca de Arratia y acude a ferias de forma ocasional, el grueso de sus ventas se realiza desde casa, lo que aporta ventajas, pero también limita la movilidad y condiciona la vida doméstica.
Participa en entidades como ACOL – Asociación de Criadores de Oveja Latxa y Carranzana, la Denominación de Origen Idiazabal y la Sociedad de Ganaderos de Zeanuri, donde ocupa el cargo de vicepresidenta. Reconoce que muchas mujeres acceden a estos espacios por cuotas de paridad, pero también subraya la importancia de estar presentes, de ocupar esos espacios históricamente masculinizados.
La cuestión de género atraviesa toda su experiencia. Recuerda cómo su madre, a pesar de trabajar en la explotación ganadera familiar -además, cotizaba y la mitad de la explotación estaba a su nombre-, figuraba oficialmente como “ama de casa”, reflejo de una invisibilización estructural del trabajo de las mujeres en el mundo rural. Aunque se han logrado avances, todavía hoy persisten resistencias: desde comentarios machistas explícitos hasta cuestionamientos sobre la legitimidad de una mujer que se presenta como “pastora”. Ella, en cambio, se define con firmeza: “No soy la mujer del pastor, soy la pastora de Ipinaburu”.
Desde su perspectiva, muchas mujeres del sector tienden a identificarse con modelos productivos de pequeña escala, orientados a la sostenibilidad y la venta directa. Frente al modelo capitalista y masculinizado que prioriza la rentabilidad y la expansión, considera que el enfoque agroecológico no solo tiene mayor afinidad con las mujeres, sino que representa una vía posible para transformar el sistema agroalimentario en su conjunto.
Defiende un modelo productivo extensivo, cercano, en el que las mujeres transforman lo pequeño en algo grande. Sin embargo, lamenta que las políticas públicas no siempre favorezcan a quienes, como ella, trabajan desde abajo. Los trámites, las normas y el trato uniforme terminan asfixiando a los pequeños productores, mientras los grandes tienen facilidades, y reclama una mayor sensibilidad institucional hacia quienes trabajan a pequeña escala, desde un enfoque artesanal y de proximidad.
El tema de la transmisión generacional aparece como un eje clave. Consciente de que la vida ganadera es exigente y vocacional, no espera necesariamente que sus hijos continúen con la actividad, pero sí se esfuerza por educarlos en la igualdad y en el valor del trabajo rural. Tanto su hija como su hijo conocen el caserío y participan en sus tareas, aunque cada cual va perfilando su propio camino.
Hoy, su mirada está puesta no solo en la reivindicación de género, sino también en la defensa del primer sector como forma de vida, de gestión del territorio y de comunidad. Transmite un fuerte sentido de identidad y orgullo, y reconoce en las mujeres de su familia una fuente constante de saber, fuerza y carácter. Considera que aún queda mucho por hacer para visibilizar y valorar el trabajo del primer sector, y que es necesario seguir luchando, desde lo cotidiano y desde lo colectivo.