Rosa, horticultora y ganadera, tabernera, venta directa de los productos propios y transformadora de productos – Arrieta, Bizkaia

Desde que nació en Arrieta, Rosa ha estado profundamente ligada al mundo rural, viviendo y trabajando en un caserío tradicional, donde desde pequeña aprendió el valor del esfuerzo y la autosuficiencia. A los 14 años, la muerte de su padre la llevó a tomar las riendas del caserío junto a su madre.

A lo largo de su vida, Rosa ha desempeñado múltiples oficios: desde agricultora y ganadera hasta tabernera, vendedora directa en mercados locales y transformadora de productos. Trabajó en ferias, cultivó verduras, crió cerdos, elaboró embutidos, y todo ello mientras mantenía vivo el vínculo con la tierra. Incluso durante su etapa al frente de un bar del pueblo, la conexión con el caserío seguía siendo su eje.

Con el tiempo, ella y su marido se mudaron al caserío de él, donde continuaron con la actividad agrícola y ganadera. Durante casi 30 años se dedicó a la cría y venta de cerdos, implicándose en todas las fases del proceso. A pesar de haber trabajado incansablemente, muchas veces sola, Rosa siempre se sintió realizada y orgullosa de ser titular de su propia actividad económica.

Rosa reflexiona con claridad sobre los cambios sociales, especialmente en torno al rol de la mujer. Vivió una época en la que las mujeres trabajaban sin descanso, tanto en casa como en el campo, mientras los hombres disponían de más tiempo para el descanso. Pero también fue parte de una generación que luchó por ganar su espacio. Se muestra firme al contar cómo aprendió a hacerse respetar en los mercados y entre sus iguales, destacando la importancia de tener carácter.

Hoy, a las puertas de la jubilación y con 38 años cotizados, Rosa valora los avances conseguidos. Reconoce que, si comenzara de nuevo, quizás lo haría en colectivo, con una visión más colaborativa y menos centrada en la propiedad familiar. Cree firmemente en el trabajo comunitario como alternativa sostenible, y en la necesidad de equilibrio entre vida laboral y personal.

Aunque su hija no seguirá con la explotación, Rosa mantiene viva la esperanza de que alguien con vocación campesina tome el relevo. Para ella, la esencia del campo sigue viva en herramientas como la azada, símbolo del trabajo constante y silencioso de generaciones.

Con serenidad y orgullo, Rosa se despide de su etapa laboral sabiendo que su vida ha sido fiel reflejo del esfuerzo y la dignidad de quienes han vivido del caserío. Y como reza la frase que acompaña su retrato en blanco y negro: “Ezina ekinez egina” —lo imposible se logra con tesón.

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