
Carmen, alemana de 64 años, estudió medicina pero tomó un camino diferente cuando se instaló en las montañas de Lousã como agricultora en los años ochenta. Hija y nieta de agricultores, empezó cultivando para el consumo familiar, y luego amplió sus cultivos para venderlos. Su elección desconcertó a muchos: “En aquella época, nadie entendía por qué dos alemanes se instalaban en el Portugal rural, cuando los portugueses de los pueblos emigraban a Suiza, Alemania o Francia”.
Fue una de las primeras de la región en practicar la agricultura ecológica, algo que al principio parecía “de otro mundo”. Recuerda episodios como el de un vecino octogenario que, en un intento de ayudar, aplicó productos químicos a su huerto durante la noche. A pesar de la incomprensión, los años trajeron cambios: los vecinos empezaron a preguntarle cómo cultivar sin pesticidas, mostrando interés por reducir el uso de productos químicos.
Carmen se dedica principalmente a la horticultura a pequeña escala, favoreciendo la diversidad frente a los grandes volúmenes. Esta variedad, explica, ayuda a mitigar los riesgos. Defensora de los circuitos cortos, vende directamente al consumidor: “Es más justo tanto para mí como para el consumidor”. Cree que los mayores problemas surgen cuando los agricultores dependen de las cadenas de supermercados, que, según ella, han perjudicado profundamente a la agricultura.
Cree en la fuerza del trabajo colectivo. Junto con otros productores ecológicos, organizó un mercado de intercambio y venta en Lousã. Este proyecto evolucionó y la llevó a coorganizar el Mercadinho do Botânico de Coimbra, situado junto a la universidad. Durante años, este espacio reunió a entre 16 y 20 agricultores, algunos con certificación ecológica y otros no. Para garantizar la calidad de los productos y la confianza de los consumidores, implantaron un sistema de certificación participativa, con visitas a las fincas de los productores.
Con la pandemia, el Mercadinho se cerró y no se ha reanudado. Hoy, Carmen y otros productores venden en el Mercado de Calhabé, en Coimbra, donde siguen promoviendo los principios de la agricultura sostenible y la venta directa.
Carmen dice que nunca ha sentido barreras por ser mujer en la agricultura: “Para mí no existían”. Aunque al principio se enfrentó a la resistencia de los tractoristas a aceptar pedidos de una mujer, con el tiempo se ganó su respeto. Reconoce, sin embargo, que el hecho de ser extranjera puede haberle otorgado un estatus especial: “Aceptaron de mí un comportamiento que desde luego no aceptarían de sus propias esposas”.
Su observación de la pequeña agricultura revela un predominio de mujeres, especialmente en horticultura y fruticultura, áreas que no requieren maquinaria pesada ni grandes extensiones de terreno. Estas mujeres, que trabajan principalmente en explotaciones familiares, combinan las tareas agrícolas con el trabajo doméstico, un doble esfuerzo que Carmen considera admirable: “Son fantásticas haciendo varias tareas a la vez”.
En los mercados que visita, observa que suelen ser las mujeres las que venden los productos, mientras que los hombres, a menudo encargados del trabajo del tractor, realizan tareas más alejadas de los huertos. Sin embargo, en las generaciones más jóvenes, observa un reparto más equitativo de las responsabilidades entre hombres y mujeres, reflejo de los cambios culturales y sociales.
Cuando llegó por primera vez a la Serra da Lousã, las mujeres no entraban en los cafés, un reflejo de las desigualdades de género en la sociedad de la época. Hoy, ese escenario ha cambiado. Carmen subraya que en la pequeña agricultura familiar, y por lo que observa de las parejas mayores, hay una clara división de tareas entre hombres y mujeres, pero con respeto mutuo y equilibrio. Sin embargo, reconoce que esta realidad está cambiando, especialmente entre los más jóvenes, donde las dinámicas de género se han flexibilizado.
Carmen critica duramente las políticas que fomentan las importaciones y exportaciones masivas, perjudicando a los agricultores locales y a los países más pobres. Para ella, el apoyo a la venta directa y a los circuitos cortos es esencial para reforzar la agricultura sostenible y la economía local. También aboga por una mayor valorización de las prácticas agrícolas ecológicas y de la producción local, por considerarlas el camino correcto para un futuro más justo y equilibrado.