
Natalia Varela, apicultora del proyecto Espíritu de la Colmena – Laxe, Palas de Rei, Lugo
Natalia creció en una familia de molineros, pero su camino hacia la apicultura comenzó casi por casualidad. Tras regresar a Galicia en 2013, restauró el antiguo molino de su familia y descubrió abejas silvestres anidando en sus paredes. Sin experiencia previa, decidió empezar con dos colmenas, guiada por su intuición y curiosidad. Así comenzó su aventura en un mundo que, según ella, es cerrado y está dominado por los hombres, lo que hacía aún más difícil el aprendizaje.
Con el tiempo, Natalia se formó mediante cursos y la ayuda ocasional de apicultores locales. En 2023, dio un paso crucial y profesionalizó su actividad. Para ella, las abejas representan mucho más que un trabajo: «La esencia, el núcleo del proyecto, es concienciar de que todos somos uno y de que las abejas están estrechamente ligadas a su entorno. Sin abejas, no podemos tener comida, porque las abejas polinizan alrededor del 77% de los alimentos que comemos hoy en día. Si desaparecen porque sus hábitats no están protegidos y se destruyen, estamos trabajando contra nosotros mismos», afirma.
Natalia aprecia esta relación entre las abejas y el ecosistema, y señala que el cambio climático está alterando los ciclos naturales y repercutiendo en el comportamiento de las abejas. En el pasado, castaños, sauces y zarzas florecían de forma sincronizada, pero hoy en día todo es impredecible, afirma.
A pesar de su importancia, dice que la apicultura se enfrenta a una falta de reconocimiento en Galicia. Según ella, las políticas favorecen actividades más rentables, como la cría de cerdos o pollos, mientras que la apicultura se ve como una utopía. «Se da prioridad a las grandes industrias que prometen puestos de trabajo a corto plazo, pero que desestabilizan todo el tejido local. Al cabo de 30 años, lo único que dejan es tierra quemada», advierte.
Esta preocupación por el impacto de las multinacionales se refleja en su análisis del paisaje gallego, donde asegura que actividades tradicionales como la ganadería extensiva, que mantiene los prados y los bosques, están desapareciendo por la despoblación y la llegada de estas grandes empresas. En su opinión, el territorio se está transformando en una «zona de sacrificio», similar a lo que ocurrió durante siglos en América Latina.
El sector apícola es un entorno muy dominado por los hombres, afirma Natalia. En las reuniones donde se debaten temas cruciales como el avispón asiático, las mujeres son minoría y se enfrentan a actitudes condescendientes: «A menudo me subestiman o me preguntan si realmente trabajo sola, actitudes que no tendrían con un hombre», afirma. También denuncia la falta de colaboración entre apicultores, a pesar del supuesto espíritu asociativo que existe.
«Cuando comparto conocimientos, como un estudio que he leído o un método para probar, a menudo se ignora por carecer de importancia. Mi experiencia se vuelve invisible. A nivel personal, he tenido que adaptar mi carácter con el tiempo, suavizando mis modales para adaptarme a un entorno dominado por los hombres. He aprendido a comportarme de cierta manera para que me tomen en serio, pero es agotador. Ahora intento desaprender esos comportamientos y trabajar de otra manera», explica.
A pesar de los retos, Natalia señala que las nuevas iniciativas rurales lideradas por mujeres están transformando los paradigmas económicos. Estas iniciativas tienden a promover la cooperación y la comunicación en lugar de la competencia y el aislamiento entre productores.
Natalia defiende que las cooperativas deben estar en el centro del desarrollo rural y trabaja para crear redes de apoyo entre las mujeres. «Aunque estemos desbordadas con nuestros proyectos, estamos construyendo algo juntas, y eso me da esperanza», concluye.