
Raquel García Rodríguez, agricultora en la cooperativa Labrecos – Dordaño, Oza-Cesuras, A Coruña
Raquel forma parte de Labrecos, una cooperativa de trabajo situada en el municipio de Oza-Cesuras, en la provincia de A Coruña, que combina la agricultura y la ganadería ecológicas con un enfoque regenerativo y circular. Aquí trabaja con su socio, su cuñado y otras personas, compartiendo una visión común: regenerar la tierra y producir alimentos de calidad sin depender de medios de producción externos.
Introdujeron animales no sólo para complementar la venta de productos cárnicos, sino también por su contribución a la fertilización del suelo y al pastoreo regenerativo. Este planteamiento cuida la tierra y pretende demostrar que es posible obtener altos rendimientos sin recurrir a prácticas convencionales, afirma. “Las coles pueden alcanzar el mismo peso y las zanahorias el mismo rendimiento que en la agricultura convencional, siempre que se cuide bien la tierra”.
Raquel afirma que muchas de las prácticas agrícolas actuales han abandonado el cuidado del suelo en favor de la productividad inmediata, pero está convencida de que el modelo regenerativo es igual de eficiente y más sostenible. “El mito de que la agricultura ecológica es cara o menos productiva es infundado”, afirma, y critica la dependencia de productos químicos y fertilizantes de la agricultura convencional. Para ella, optar por métodos regenerativos no es sólo una cuestión de producción, sino también de respeto a la naturaleza y a los ciclos alimentarios.
A pesar de su enfoque innovador, Raquel reconoce que el camino no ha sido fácil debido a las trabas burocráticas. “Cuando tienes un huerto, vacas y ovejas, parece que se vuelven locos con el papeleo”, afirma. Esta falta de flexibilidad para apoyar modelos integrados dificulta el trabajo de pequeñas explotaciones como Labrecos, que buscan una forma sostenible de cuidar el medio rural. Además, Raquel denuncia amenazas externas, como los macropolígonos eólicos y eléctricos, que amenazan el equilibrio del medio natural. “La defensa del campo es nuestra mayor lucha en estos momentos”, afirma.
Este proyecto no es sólo un trabajo para Raquel, sino una forma de vida que ha transformado su día a día. “Ver cómo crecen las plantas, lo bien que salen las cosechas y llevar a los clientes productos que les sorprenden es una gratificación que no nos da ningún otro tipo de trabajo”, explica.
Raquel entró en la cooperativa poco a poco. Antes trabajaba como recepcionista en un taller de coches. Cuenta que “en 2012, cuando tuve a mi primer hijo, pedí la baja por maternidad, pero la empresa me dijo que no era posible. Al final seguí trabajando, pero después de tener a mi segundo hijo decidí que no quería esa vida. No quería una vida en la que salía de casa a las 8.30 de la mañana, volvía al mediodía con los niños durmiendo la siesta y volvía por la noche”.
Mirando atrás, Raquel dice que nunca imaginó que la agricultura sería su camino. “Siempre hubo vacas en mi casa, pero mi contacto con la agricultura fue mínimo. En muchos sitios se piensa que si estudias y buscas trabajo fuera, eres alguien. Si te quedas en el campo, parece que no tienes estatus. Pero creo que el campo tiene un gran futuro y es un proyecto de vida que me gustaría que mis hijos valoraran y, si quieren, siguieran.”