Iolanda Otero, miembro de la Comunidad de Montes Vecinalesen Mano Común de Tameiga- Mos, Pontevedra

Iolanda es tesorera y miembro de la junta directiva de la Comunidad de Montes Vecinales en Mano Común de Tameiga, “un parque forestal que tenemos para uso de nuestros vecinos”. Decidió unirse para hacer frente a la amenaza de una empresa privada que “quiere apoderarse de nuestro bosque, expropiarlo, para construir un gran centro comercial y un campo de fútbol”. En su acción, siguen poniendo en marcha los proyectos medioambientales que tienen, que “son muy interesantes”.

“La silvicultura comunitaria tiene una larga historia”, pero “es un mundo muy patriarcal”, dice Iolanda, que recuerda que históricamente eran los hombres, como cabezas de familia, quienes ocupaban los puestos importantes de gestión y toma de decisiones. Mientras que eran las mujeres las que hacían el trabajo en el campo y “cuidaban de las zonas rurales, del bosque y de la tierra”, eran los hombres los que tomaban las decisiones y participaban en las asambleas.

La participación de las mujeres ha sido limitada debido a las estructuras sociales que dan prioridad a las responsabilidades familiares en detrimento de la vida comunitaria de las mujeres. “Las asambleas se celebraban los domingos por la mañana, cuando las mujeres estaban ocupadas preparando las comidas familiares”, explica, subrayando cómo el sistema perpetuaba la exclusión de las mujeres. Aunque en los últimos años el porcentaje de mujeres que participan en el baldío ha aumentado hasta el 33-34%, su presencia en los órganos de decisión sigue siendo significativamente menor. Sin embargo, “en las movilizaciones, la mayoría son mujeres; la mayoría de quienes se movilizan y participan en las luchas son mujeres”.

Desde que entró en el consejo rector, Iolanda ha luchado por promover la participación de las mujeres en las principales decisiones de la comunidad. “Necesitamos más mujeres en los consejos y en las asambleas; su participación es esencial”, afirma, haciendo hincapié en la importancia de alcanzar la paridad.

A pesar de los avances, las mujeres se enfrentan a barreras estructurales para participar en pie de igualdad. La falta de un reparto equitativo de las tareas asistenciales limita el tiempo que pueden dedicar a la gestión comunitaria. Según Iolanda, “las reuniones suelen celebrarse en horarios que excluyen a muchas mujeres, y nosotras mismas seguimos soportando la carga de las responsabilidades domésticas”. Esta realidad perpetúa la desigualdad, incluso en espacios que pretenden ser inclusivos.

El esfuerzo por hacer visible el trabajo de las mujeres también encuentra resistencia en la dinámica de poder dentro de las comunidades. “La palabra de una mujer no tiene el mismo valor que la de un hombre”, afirma Iolanda, y explica que las mujeres tienen que demostrar constantemente su capacidad para ser escuchadas. Esta desventaja no sólo afecta a su influencia en las decisiones, sino también a su motivación para implicarse en funciones de liderazgo.

A pesar de estos retos, Iolanda considera esencial su participación en los movimientos sociales. “Es agotador, pero ver a la comunidad unida hace que todo el esfuerzo merezca la pena”, reflexiona.

Iolanda afirma que “las políticas que se están aplicando están lejos de atraer a la población hacia la proximidad, el comercio más justo y la autosostenibilidad. Nos están empujando hacia las ciudades”. “Creo que debería haber políticas más respetuosas con el medio ambiente, que permitan a la gente vivir en su entorno natural, con más apoyo”, y concluye diciendo que “lo que más me gustaría es que se incorporaran más mujeres a las comunidades, que hubiera muchas más presidentas de comunidades de montaña.”

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